lunes, 16 de abril de 2012

Copenhaguen, del hot-dog al Noma



Hasta hace poco apenas había oído  hablar de la comida danesa. Pero con la irrupción de la moda New Nordic y de su principal impulsor, el chef René Redzeip, desde su afamado restaurante Noma, me había picado la curiosidad.
Lo que hasta ahora había probado de la comida nórdica no me había entusiasmado. Desde luego no lo habían hecho los arenques de Finlandia en ninguna de sus variedades y, aparte de eso, tampoco conocía gran cosa.


Intentamos reservar en el Noma en cuanto organizamos el viaje a Copenhaguen, pero no llegamos a tiempo. Nos quedamos en lista de espera, pero esperamos en vano, no hubo ninguna cancelación. No obstante, paseamos hasta allí sólo por darnos el gusto de ver "el mejor restaurante del mundo". Lo cierto es que se ubica en un paraje un tanto desolador aunque, en cuanto nos acercamos, nos abrieron la puerta para saludar y comunicarnos que, lamentablemente, no había sitio (yo siempre pregunto, nunca se sabe!). Así que no os puedo contar nada del Noma, porque no pude comprobar si su comida merece situarse a la vanguardia del mundo ni si todos los ingredientes son tan "nacionalistas" o "ultralocales" como se cuenta por ahí. No obstante, haré un repasito a lo que pude degustar en otros locales que, ya os adelanto, tampoco es para tirar cohetes.
Tito zampándose un perrito con entusiasmo


Como llegábamos con hambre, resultaba embriagador el aroma que provenía de los numerosos puestos de perritos calientes que hay por la ciudad. Son muy conocidos y frecuentados por la gente así que es fácil verlos rodeados de público de todo tipo, desde jóvenes hasta ejecutivos con traje y maletín. Pues se merecen buena puntuación, muy rica la salchicha y fresco el acompañamiento de cebolla, pepinillo y salsas. Al final del recorrido gastronómico, se podría decir que los hot dogs han sido de lo mejorcito. Esto no parece que resulte muy alentador, pero tampoco hay que despreciar de modo radical la comida rápida, no?
Restaurante Kanalen

Aparte de un par de restaurantes con mezcla de hamburguesería, comida italiana, sandwiches variados..., es decir, comida para salir del paso en la que cabe destacar la generosidad de las raciones aunque del mismo modo lo elevado de los precios, hay algunas experiencias dignas de ser comentadas.
Arenque frito
En primer lugar, cerca del Noma, y visto que no fuimos capaces de "okupar" mesa, encontramos un restaurante del que no tenía ninguna referencia pero estaba situado en un lugar precioso y ¡soleado! junto a uno de los canales; se llama precisamente así, Kanalen. Al acercarme a curiosear por las ventanas, me gustó lo que vi y además tenía una recomendación de este mismo año de la Guía Michelín. El sitio era verdaderamente agradable, decorado con un estilo puramente escandinavo y marítimo, muy sencillo y acogedor a pesar de su blancura. Optamos por las recomendaciones de la casa y probamos dos tipos de arenque, uno de ellos especiado, acompañado de huevo poché y el otro frito en salmuera, éste último demasiado caliente y blando para mi gusto; el especiado tenía un saborcito sugerente y mayor firmeza en la textura, además estaba muy bien aromatizado, despertaba variadas sensaciones en el paladar. 


Aperitivo de manteca
 El pan era crujiente y tierno y se dejaba acompañar por un curioso aperitivo consistente en manteca con crujientes, que tenía una presencia preciosa, especialmente bajo la luz que entraba por la ventana haciendo brillar los aritos de cebolla.
De los segundos, destacar la magnífica composición cromática de este plato de huevas de lumpo con perlas de pepino y yogur: precioso pero... insípido, una lástima.


Huevas de lumpo con pepino y yogur

Algo parecido se puede decir del postre, unos pastelitos variados, muy monos, muy bien presentados, pero a los que también les faltaba sabor.
El vino era francés, uno de los más baratos de la carta porque los precios son astronómicos, un Domaine du Tariquet de Côtes de Gascogne, fresco y rico.
En la cocina se podía ver un grupo de gente muy joven que se divertía cocinando y lo cierto es que resultó una comida muy agradable a pesar de algunas carencias que parecen repetirse en la mayoría de los platos daneses y que dan lugar a sabores poco definidos.
Pizzería Mother

Y, desde el Kanalen damos un salto a la considerada "mejor pizzería del mundo", un lugar denominado Mother, situado en una zona de naves de envasado, que se caracteriza por realizar sus pizzas con masa madre y en horno de leña.
Tampoco en esta ocasión puedo hablar con gran entusiasmo de la comida, mi pizza estaba pasada de cocción y un poco seca, desde luego no parecía la mejor del mundo aunque se dejaba comer. El lugar tenía su gracia a pesar de que el local necesitaba algo de mantenimiento, o tal vez pretenden que tenga una apariencia un tanto descuidada...
También en esta ocasión, la cocina dejaba ver un personal muy joven que parecía disfrutar con el trabajo. Me llamó la atención que, tanto en este restaurante como en otros, la gente pedía agua del grifo para acompañar la comida, cosa que en nuestro país es considerada casi vergonzante y ocurre que en lugares como Madrid, en los que el agua es buenísima, siempre te colocan la botella de agua mineral para poder cobrarte la bebida.

Pizza fumata y pizza de atún

Mother es pues otro lugar curioso para ser visitado, en el que te puedes comer una pizza bastante buena pero tampoco sales dando volteretas de entusiasmo. En este sentido, Tito no comparte mi opinión así que dejo constancia de que a él le pareció que las pizzas estaban extraordinariamente buenas y el lugar -con el sol templando a los clientes y el aroma de la albahaca fresca colocada en macetitas en cada mesa-, le resultó del todo placentero.

El día que cruzamos de Dinamarca a Suecia, o sea, a Malmö, nos acercamos a ver el Bastard, un restaurante conocido por su cocina de casquería donde lo mismo te preparan corazón de cordero que médula espinal de vaca. No sabía si iba a ser capaz de llevarme a la boca alguna de esas suculencias, seguramente sí, pero no pude comprobarlo porque estaba cerrado, no abrían hasta la tarde y a esas horas ya pensábamos estar de regreso en Copenhaguen. Qué lástima, quizás en otra ocasión visitaremos este local no apto para vegetarianos ni tiquismiquis.

En útimo lugar os hablaré del Geist, un restaurante que el chef Bo Bech abrió para que más gente pudiera tener acceso a la sofisticada comida que él elaboraba anteriormente en el Pastian.

Cocina y barra del Restaurante Geist

En el Geist interesa comer en la barra porque da acceso a una cocina totalmente abierta. Yo estaba entusiasmada ante la idea de no perder detalle de los guisos mientras cenaba. Craso error. Aunque tienes a los cocineros a un palmo no ves prácticamente nada, entre la penumbra reinante y las bandejas estratégicamente colocadas, si no te lo dicen, nadie diría que en ese lugar están cocinando. Lo primero que me llamó la atención es el olor, o más bien la ausencia de aromas. Es increíble que en un lugar así no huela a nada... Bueno, no me resultó tan increíble cuando probé los platos. Sólo pedimos dos porque los precios eran exorbitantes y porque además nada de la carta llamaba especialmente la atención.
Langosta con leche de oveja e hibisco
Mi elección no fue nada acertada, un carpaccio de langosta con leche de oveja e hibiscus.
No sé qué gusto tendrían las tripas de cordero del Bastard pero aquello tenía un sabor a oveja que tiraba para atrás.Tampoco el aspecto, como podéis comprobar en la foto, era muy atractivo.




Aguacate con cangrejo

El otro plato que pedimos fue aguacate con carne de cangrejo, una nueva decepción por insípido y carente de originalidad.
La atención tampoco fue muy buena, aparte de la maitre que era encantadora, los camareros estaban poco atentos a las necesidades de los comensales. Observé gestos faltos de profesionalidad como el hecho de mezclar el vino de dos botellas diferentes en una misma copa, fallo que se agrava si tenemos en cuenta que el precio medio de una copa de vino, ¡una copa!, superaba los 20 euros.
Llegamos al postre: aire de aire de tiramisú. O sea, una espuma de tiramisú de lo más normalita, sin nada que aportar.
Mi conclusión: de una cocina donde no hay fuego, ni pasión, ni aroma, ni humo, no puede salir nada gustoso.




Ciertamente no puedo hablar de una gran satisfacción con mi recorrido gastronómico danés pero siempre se aprenden cosas y para no dejaros con mal sabor de boca, he aquí un dulce de coco con un capuccino, que merendamos en la cafetería del centro de información turística y que nos calentó el cuerpo mientras afuera arreciaban el viento y la lluvia.






lunes, 2 de abril de 2012

La razón del cliente, La Tagliatela, Madrid

Lo de que el cliente siempre tiene la razón es, como cualquier máxima categórica, difícil de sostener. En España somos, en general, bastante complacientes y en raras ocasiones nos quejamos por lo que nos ponen encima de la mesa. Observo a los comensales en los restaurantes y creo que muy pocos se fijan realmente en lo que están comiendo. Los negocios, la familia, los amigos y amigas o los amores que comparten la ocasión parecen situarse por encima de las viandas y habitualmente la comida se convierte en mero acompañamiento. De cualquier forma, las cuentas que luego nos presentan bien merecen que nos paremos un poco a pensar si lo que hemos comido realmente vale lo que cuesta.
Curiosamente, y aunque reconozco que el cliente no siempre tiene la razón, la tónica general en los restaurantes es precisamente que el cliente "nunca" tiene la razón. En innumerables ocasiones, cuando comento que algún plato no está bien cocinado o está duro, o insípido, o sabe a quemado, o está crudo, las justificaciones de los encargados son variopintas y casi siempre concluyen en que soy yo la equivocada.
El otro día comí en un restaurante italiano de Madrid, La Tagliatela, una franquicia como tantas otras de la que no hay gran cosa que decir gastronómicamente hablando. Aseguran en su publicidad que tienen "la pasta de la veritá" pero me temo que se trate de un mito como el de la Bocca del mismo apellido que aún no se ha comido la manita de ningún mentiroso.
El caso es que pedí un risotto con magret de pato y trufa negra. Llegó a mi mesa volando con lo que deduzco que ya estaba hecho, o casi, pero aún así no estaba mal, tenía un sabor potente y agradable, sin embargo, al tercer tenedor... ay!, mastico tierra. No puede ser. No tiene lógica. El plato no lleva nada susceptible de soltar ningún tipo de arenilla. Llamo a la camarera y se lo comento. Va a la cocina y vuelve con el siguiente recado: "me han dicho que es imposible, que ni el arroz, ni el magret pueden tener tierra que, quizá sea la textura la que le parece terrosa, por la trufa pero, desde luego, tierra no tiene".
Esto realmente es como llamarte imbécil a la cara. O sea, que a mí la textura de la trufa (que ya os podéis imaginar qué clase de genuina trufa sería esa en un plato de unos 14 euros...) me parece un cachito de pedrusco que rozna entre las muelas, en fin. Me advierte la camarera que me pueden hacer otro, pero que va a salir igual, le digo que no y que me lo puede retirar. A los pocos minutos regresa pidiéndome disculpas, efectivamente lo han probado en cocina y tiene tierra, no saben de qué, pero la tiene. Se lo agradezco y lo hago sinceramente. Me parece bien que lo hayan probado y que se hayan dado cuenta, es una actitud elogiable que, aunque parezca la lógica si la persona encargada de la cocina tiene cierto prurito profesional, no es nada habitual y, mucho menos, reconocer el error. No pedí otro plato porque habíamos picado bastante pero al menos no me fui con la sensación de que me dejen por mentirosa (por si tengo que volver a Roma a meter la mano en la máscara de mármol).
No siempre hay que dar la razón al cliente pero sí tratar con respeto sus opiniones porque de ello depende, o debería depender, gran parte del éxito del restaurante. También es importante que, como consumidores, nos acostumbremos a fijarnos en lo que nos ponen en el plato, que saboreemos con calma y nos cercioremos de que el precio que pagamos por el menú se corresponde con el placer que nos ha proporcionado.