lunes, 1 de abril de 2013

La Tiná, sorpresa en la Sierra de Segura

A veces, no siempre, pero a veces, hay que dejarse guiar por las señales. Cruzábamos el Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas camino de Madrid, llovía y era la hora de comer. En el primer restaurante donde paramos un cartel advertía de que no se aceptaban tarjetas temporalmente, así que reanudamos el camino porque no llevábamos dinero. En el siguiente pueblo, un bar, ocurre lo mismo. Decidimos seguir atravesando la sierra, si no encontramos nada, siempre podemos tirar de los frutos secos y las manzanas que llevamos en el coche. A un lado de la carretera, vemos una casa, un restaurante, muy buena pinta. Me bajo del coche a preguntar. Veo que el horario de cocina termina a las 15:30, son las 15:25. Entro:
- Buenas, ¿es muy tarde para comer?
- Bueno... Pueden comer, pero no nos podemos entretener mucho hoy, porque tenemos que salir hacia Madrid, mi hijo tiene que coger un vuelo...
- De todos modos... ¿admiten tarjeta?
- Pues no, lo siento mucho, pero no aceptamos... Lo lamento, tenga una tarjeta del restaurante por si quiere volver otro día.
- Gracias..., en fin..., pues nada, esto... ¿puedo pasar al servicio?
- Por supuesto, pase.
Entro en el baño, que por cierto tiene unos grifos preciosos, y pienso que es una pena porque el sitio tiene un aspecto fantástico y huele muy bien...


Cuando salgo, el mismo hombre que me ha recibido me dice:
- Mira, quedaos a comer, cuando llegues a casa me haces una transferencia y ya está.

No me lo puedo creer!!!

Únicamente este detalle ya se merecería un post, pero es que además la comida en La Tiná resultó tan agradable como presagiaba aquella cálida acogida.

Tomamos un menú degustación al casi increíble precio de 35 euros. Estaba compuesto por cinco platos, si no excesivamente originales, sí muy bien cocinados y con productos de calidad, con sabores bien matizados y combinados con delidadeza.
A destacar el micuit caramelizado con manzana, crujiente y ligero, con mermelada de violetas, brillante!



Muy bien cocinado también el bacalao, un lomo en su punto de sal, cuyas lámina se desprendían sin resistencia, consistentes y jugosas.
El rabo de toro deshuesado, con unas patatas a cuadritos, que parecían fritas por mi madre, tampoco admite crítica.

Crujiente de cabrales y pimiento relleno completaban el menú, claro, no en este orden, pero lo más destacable de la degustación ha adquirido prioridad en mi memoria gustativa.

Luis Muñoz Jara, el responsable -junto a su mujer, Manuela Fernández Pardo, y uno de sus hijos-, de este estupendo restaurante, nos recomendó un buen vino chileno para acompañar la comida, el Secret de Viu Manet, sedoso, con cierto brío, pero con suave paladar.





Adoro los postres y siempre espero mucho de ellos, en La Tiná nos ofrecieron un mousse de queso con mandarina, aceptable aunque no sorprendente y... las mejores natillas que he probado desde la infancia. Natillas con mousse de arroz con leche y una minitorrija.
Me entusiasmé tanto que la foto me quedó desenfocada, así que ésta la he tomado prestada de su web, pero me las sirvieron igual, en este precioso plato, como una margarita dulce y cremosa. De cualquier forma, ni el plato, ni la mousse, ni la torrija, eran imprescindibles porque aquel evocador sabor de la natilla que me trasladó a lugares felices sólo lo consigue una cocina tradicional y cuidadosa que entiende de sabores.

El local es verdaderamente acogedor y todo está cuidado con esmero, desde la vajilla a los manteles, la chimenea, el mobiliario...

Pero, sobre todo, destaca el respeto y la nada pretenciosa elaboración de los platos y, por supuesto el trato a los comensales, que enseguida se sienten como en casa.


La Tiná ha sido una deliciosa sorpresa inesperada, del mismo modo que lo ha sido ese paisaje de Jaén, desconocido hasta ahora para mí y que me ha impresionado con la fuerza de sus paisajes de olivos, almendros, tierras rojas, ríos sangrados... ¿Por qué nadie me había contado todo esto?